Cúpula / Caro Quintero: triunfo de la burocracia y sombra para Bartlett
¿Qué representa la figura de Rafael Caro Quintero en el actual contexto nacional? ¿cuál es su liderazgo entre los cárteles? ¿cuál es su peligrosidad real?
En los primeros años de la década de los 80 el llamado “narco de narcos” fue una figura protagónica, adicto a los reflectores y la parafernalia. Antes de su arresto en Costa Rica se exhibía en discotecas de Guadalajara, Puerto Vallarta, Manzanillo, Acapulco.
Era -como lo fue décadas después Joaquín Guzmán Loera-, un ‘showman’, un narco entregado al exhibicionismo.
Así se condujo antes de su primer arresto en 1985.
Es decir hace 37 años era un criminal legendario.
Pero en el escenario actual que controlan el Cártel de Sinaloa, el Jalisco Nueva Generación entre una veintena más de organizaciones criminales, Caro Quintero ya nada representa.
Algunas tribunas lo quisieron presentar como un “generador de violencia” en Sonora.
Nada más alejado de la realidad.
Lo cierto es que las nuevas organizaciones criminales le tenían alguna consideración por lo que representó en sus años de gloria.
Pero en el México de 2022 no tiene peso alguno.
Para el gobierno de Estados Unidos y para los intereses reeleccionistas del presidente Joe Biden la captura de Caro Quintero solo es una bandera propagandística, un triunfo de la burocracia, aunque fuera de tiempo.
La DEA pudo detenerlo en 1985, pero no lo hicieron.
Para Washington el asesinato del agente de la Drug Enforcement Administration, DEA, Enrique “Kiki” Camarena Salazar fue un agravio, una afrenta a la moral nacional, pero hasta ahora, 37 años después pedirán la extradición de Caro Quintero para llevarlo como un añejo y vetusto trofeo de guerra.
La detención de un narco acabado nada representa para la realidad actual que hemos denominado el Holocausto Mexicano.
Cientos de miles de personas ejecutadas; más de 100 mil desaparecidos; cientos de colectivos en todo el país que buscan a sus seres queridos en fosas clandestinas; una vorágine de violencia incontenible; cada fin de semana se registra un promedio de 200 personas ultimadas; cada mes ocurren alrededor de doce masacres en las que incluso niños son acribillados.
El Estado ausente de Derecho genera una ola salvaje de feminicidios que son un efecto de la violencia generalizada que azota al país.
Todo porque no existe, ni se tiene la voluntad política de imponer un régimen de legalidad.
Se habla de que “se están atendiendo las causas” con los programas sociales dirigidos a los jóvenes.
Pero por cada beneficiario que recibe un apoyo hay mil jóvenes que están cayendo en las garras de la otra pandemia: el cristal que como tsunami está inundando, arrasando desde primarias hasta universidades.
La guerra contra las drogas no solo está perdida, sino incluso el Estado ya cohabita con el crimen organizado.
En horas recientes ‘El Universal’ destacó las declaraciones de Phil Jordan un exoficial de la DEA quien asegura que “tiemblan en México y EU si habla Caro Quintero… ambos países tienen mucho que perder…”
Esto en relación a los personajes políticos que estarían involucrados en el asesinato de Camarena.
En México la única figura vigente que en su momento fue señalada por sostener vínculos con el narco es Manuel Bartlett Díaz.
Reiteradamente aludido frente al crimen que segó la vida del agente de la DEA.
Poseedor de un cinismo que se puede considerar de dimensión histórica Bartlett siempre negó ser el verdadero operador intelectual de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en aquel 1984 cuando fue asesinado el periodista Manuel Buendía.
En 1985 luego de la ejecución de Camarena rechazó sostener vínculos con el narcotráfico.
Así como en 1988 se deslindó de la caída del sistema electoral.
Más adelante negó a su ahijado poblano Mario Marín Torres.
En fechas recientes -y protegido por el manto inmaculado que le brindan desde Palacio Nacional-, Manuel refuta todos los documentos que prueban su cuantioso patrimonio inmobiliario, los contratos millonarios que la 4T le brinda a su hijo León Manuel Bartlett Álvarez y los negocios que hace su concubina Julia Elena Abdala Lemus.
Repetimos estamos ante un cinismo de estatura histórica.
Sin embargo en este momento el contexto internacional ha cambiado drásticamente.
En Washington hay una notoria molestia e incomodidad por la estrategia de “Abrazos, no balazos” y la forma en que se sostienen actitudes flexibles ante el crimen organizado.
Pero sobre todo los bloques políticos de Estados Unidos ven con extremo desagrado la forma en que ya se traza un eje que es muy evidente: México – La Habana – Caracas.
Y aunque a Biden se le considera un presidente débil, el ‘establishment’ estadounidense no está dispuesto a permitir otro sexenio que continúe con la actual línea mexicana.
Tarde o temprano aparecerán evidencias de injerencia en la sucesión de 2024.
Y se pueden utilizar todas las cartas habidas y por haber, incluida la extradición de Rafael Caro Quintero y las declaraciones que pueda hacer ante el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
Como lo ha hecho a lo largo de toda su historia la Casa Blanca buscará un sucesor mexicano con un perfil colaboracionista, antes que otra figura radical.
cupula99@yahoo.com
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