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Nadie puede saber cuándo se apaciguará el maremoto global que aterroriza lo mismo a los millonarios de Manhattan que a los humildes pobladores de las favelas brasileñas.

Estamos ante el virus más letal y destructor que haya enfrentado el hombre; los estudios más recientes arrojan que el Covid-19 no solo afecta el sistema respiratorio, también ataca riñones, sistema digestivo y puede causar daños en el cerebro. Es un coctel devastador.

No hay medicamentos, ni protocolo para enfrentarlo. Sin embargo ha quedado demostrado que la prevención puede contener, incluso controlar la propagación.

En días recientes se han difundido casos de éxito.

La Alemania de Merkel es un ejemplo contundente; una letalidad inferior al uno por ciento es un ejemplo a nivel mundial.

Pero hay otras naciones igualmente triunfantes; Portugal nunca permitió que se dieran los desgarradores números de España, la población se unió a la convocatoria de una clase política responsable. Suecia es una nación donde el virus causó daños mínimos y en horas recientes se han difundido los resultados favorables mostrados en Nueva Zelanda donde los contagios locales quedaron controlados.

Todos estos ejemplos de éxito tienen en común la rapidez, la firmeza y en algunos casos el rigor con que actuaron sus gobernantes.

Es decir, la política sigue siendo el centro de la vida social, el eje rector, la columna vertebral de una nación.

En las naciones donde los jefes políticos tomaron decisiones rápidas y contundentes, el contagio pudo ser controlado; los decesos fueron menores y las secuelas económicas no causaron calamidades.

Lamentablemente en México no se actuó de manera informada y mucho menos previsora.

Apenas se están comprando insumos a China, mismos que aún no llegan a los hospitales públicos y los ventiladores llegarán dentro de algunos meses.

Se trató con total ligereza e irresponsabilidad la peor de las pandemias, porque pensaron que sería “algo como la influenza”. Pusieron a un junior banal frente al IMSS y los problemas lo aplastaron.

México aún no entra a la verdadera crisis sanitaria y el escenario no es promisorio.

Aunado a la lamentable y desafortunada conducción política, México pagará el costo de los terribles hábitos de alimentación. Un porcentaje considerable de la población nacional padece de manera aguda de obesidad, diabetes o hipertensión. Se trata de males generalizados en nuestro país.

Y las actuales autoridades poco o nada harán para modificar las conductas sociales que nos han llevado a tener millones de mexicanos con esos padecimientos.

A nivel mundial después del Covid-19, la política, la verdadera política será revalorada, redimensionada.

No quedará como el oficio de las intrigas y las peleas por el poder, sino como la alta responsabilidad de conducir naciones.

Los cuerpos o consejos consultivos también tendrán un nuevo significado. Ya no serán cortes de amigos o aduladores, sino verdaderos órganos que el gobernante deberá escuchar.

El costo del aprendizaje será muy alto y doloroso, porque se traducirá en la pérdida de vidas humanas.

Muchos jefes de Estado aún no se dan cuenta, pero las conducciones erráticas y fallidas tendrán enormes consecuencias en las urnas. No podrán superar las olas sociales que castigarán los errores en las políticas de salud.

Lo que viene los va a rebasar.

Al tiempo.

Como siempre quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com


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