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El ejercicio del poder conlleva un desgaste inevitable. Cualquier funcionario público está sometido al escrutinio, la polémica, la contradicción, los errores y pifias que inexorablemente derivan en un desgaste político.

Pero hasta en ese tipo de fricciones hay niveles. El PRI sufrió un desgaste luego de 70 años y debe mencionarse que varios presidentes de la República gozaron de cabal salud política y buen ánimo social. Lázaro Cárdenas del Río, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines y López Mateos llevaron sus periodos en un armonioso equilibrio político y una sana relación social.

Los conflictos sociales y las crisis políticas comenzaron en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y llegaron a su punto álgido en los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

En estos tiempos y en medio de una verdadera efervescencia y fiesta social, López Obrador llegó al poder ejecutivo. Pero en tan solo unos meses los poderes fácticos han logrado generar un acelerado desgaste en las políticas presidenciales.

Las empresas encuestadoras están arrojando números y porcentajes que no corresponden del todo a la realidad.

Es como si de manera deliberada quisieran engañar al presidente López Obrador.

La crisis de Culiacán fue un verdadero terremoto en la opinión pública nacional y dividió de manera aún más profunda a los dos bloques en que se ha separado al país: ‘chairos y fifis’.

Los asesores presidenciales están equivocados. No es con discursos de confrontación y división como se puede edificar la imagen de un estadista.

Todos los días escuchamos adjetivos que buscan agraviar al adversario: ‘Conservadores, neofascistas, fifis, reaccionarios’; en medio de otros calificativos que en poco contribuyen a la salud del país.

La lingüística política debe utilizarse para crear un discurso de unidad, de coincidencias antes que divergencias, de puntos de conjunción antes que de confrontación.

Inevitablemente los adversarios del presidente han logrado menguar su imagen. Pero el efecto es mínimo a comparación de la caída abrupta y vertical de Morena.

El partido que dirige Yeidckol Polevnsky está a punto del colapso total; a un paso del derrumbe absoluto. Al interior se vive un verdadero desastre debido a que no tienen ni los liderazgos, ni los lineamientos para conducir una vida institucional. Todo apunta a que el partido se enfrenta a una inminente ruptura interna.

Y si esto sucede… ¿Entonces de dónde emanarán los diputados federales que serán la columna de apoyo al presidente en el año 2021? ¿De qué siglas surgirá la bancada del mandatario?

Si López Obrador pierde el brazo electoral que le permite controlar el Palacio de San Lázaro estaremos ante una crisis de gobernabilidad de proporciones históricas.

El frente opositor; panistas, perredistas y lo poco que queda del priismo bloquearán todas las iniciativas presidenciales; simplemente no pasará la voz del ejecutivo por la Cámara Baja.

Y no debe olvidarse que la Cámara Alta está controlada por el velado adversario de AMLO, el Senador Ricardo Monreal Ávila.

Los asesores políticos del presidente no se han percatado de que la acelerada descomposición de Morena puede convertir la segunda parte del sexenio en una catástrofe y llevar al gobierno federal a la parálisis.

Los pleitos internos en las asambleas, los gritos y sombrerazos, las riñas y golpes son solo la faceta burda de un problema mucho más profundo.

Si el presidente de la República pierde su brazo político electoral, la segunda mitad de su sexenio se convertirá en la tumba del proyecto de la Cuarta Transformación.

Y estamos a punto de que ese colapso ocurra.

Como siempre quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com


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