La realidad siempre demolerá a la demagogia; las evidencias terminan por sepultar la verborrea.
Históricamente Manuel Bartlett Díaz será señalado por ser el jefe del grupo que operó el asesinato de Manuel Buendía Tellezgirón. La prensa actual, envuelta en la vorágine, en el vértigo informativo ha olvidado que el autor de la columna Red Privada fue una de las primeras víctimas del periodismo mexicano contemporáneo.
Pero sobre todo el viejo político jamás podrá separarse de su papel e injerencia en el fraude electoral de 1988.
Hoy el presidente López Obrador le concede un indulto de facto. Solo él podía darle esa oportunidad a uno de los personajes más oscuros y siniestros de la política mexicana.
El titular de la CFE se envuelve en la bandera de la izquierda. Pero en realidad el rancio personaje no cree en lo que dice; porque ni es nacionalista, ni es un defensor de las causas de la izquierda, ni tampoco es un hombre de ideales y convicciones. Es el personaje más pragmático y oportunista de la 4T.
Bartlett es como las serpientes que mudan de piel, solo para sobrevivir.
Sin embargo cada día está más solo y a este paso ni siquiera el mandatario podrá sostenerlo.
El 14 de agosto el columnista Raymundo Riva Palacio presentó datos de un estudio científico realizado por el politólogo Francisco Cantú en el que se revelan evidencias del fraude electoral de 1988.
Ayer 28 de agosto, Carlos Loret mostró evidencias del emporio inmobiliario de Bartlett en las zonas más exclusivas de la Ciudad de México. Un patrimonio de alrededor de 800 millones de pesos en propiedades que fueron adquiridas precisamente después de que concluyó su periodo como gobernador de Puebla.
Habrá que esperar la respuesta del aludido, pero seguramente saldrá con sus argumentos en los que se presenta como un político intachable e íntegro.
En sus declaraciones y entrevistas Manuel Bartlett siempre ha tratado de deslindarse de sus hechuras. Lo mismo de José Antonio Zorrilla Pérez, Mario Marín Torres o Jorge Estefan Chidiac.
Se siente una figura inmaculada, limpia. Y aquellos que integraron parte de su equipo también lo fueron a su lado; pero al día siguiente cambiaron, porque caminaron por otra ruta.
Según el vetusto operador su impoluto manto convertía a todos en funcionarios puros. Pero cuando se alejaban, se mancharon. En su óptica maniquea y primitiva así describe sus alianzas y sus desencuentros.
Hace meses lo publicamos en esta Cúpula.
Hagamos un breve repaso repaso de los últimos mandatarios poblanos. Pese a las décadas de distancia se sigue recordando la amplia calidad moral del doctor Alfredo Toxqui Fernández de Lara. Aún hoy se reconocer al grupo que rodeó a Guillermo Jiménez Morales. En la más acre de las persecuciones el marinismo sigue manteniendo una discreta cohesión. Y no se diga del grupo que cada año se reúne en torno a Melquiades Morales Flores.
Solamente dos exgobernadores pueden caminar en las calles de Puebla ante una completa y total indiferencia ciudadana: Mariano Piña Olaya y Manuel Bartlett Díaz. Al primero ya pocos lo conocen y esos pocos lo repudian. El segundo es más conocido, pero es igualmente despreciado.
De todo su grupo sexenal; de aquellos que en el año de 1999 aparecieron en la portada de la revista Milenio, de aquel equipo que se ostentaba como ‘presidenciable’ ya nadie queda a su lado. Poco a poco los desencuentros fueron mayores y los reproches empañaron las complicidades.
Paulatinamente el viejo dinosaurio ha perdido la lealtad y devoción que le profesaban.
Hoy enfrenta una severa crisis. Su perfil de hombre de izquierda se está cayendo en pedazos.
Es un hecho que tarde o temprano se hundirá en el más profundo de los descréditos, la pregunta es ¿Hasta cuándo lo sostendrá el presidente López Obrador?
Muy pronto lo sabremos.
Como siempre quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com
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