En medio de la nueva batalla entre liberales y conservadores la renuncia de Carlos Urzúa al gabinete del presidente López Obrador ha sido un tema magnificado, sobredimensionado para golpear al gestor de la Cuarta Transformación.
La fría realidad de los números muestra que el dólar no sufrió una variación notable y que los mercados, cifras y porcentajes que se mueven en la Bolsa Mexicana de Valores ni siquiera se dieron por enterados.
La salida del ex Secretario de Hacienda en nada afectó la marcha de la economía nacional. Aunque por supuesto fue utilizada para magullar al mandatario; mostrar un gabinete con fisuras, con diferencias irreconciliables, con fracturas presentes que anticipan desastres futuros.
Lo cierto es que en el fondo de esta polémica -meramente mediática-, está la eterna discrepancia entre tecnocracia y política.
La tecnocracia hace una lectura del escenario nacional en base a cifras, números, dígitos. Pero nada entiende del sentir, del pensar de los pueblos. En contrario sensu, la política busca, aspira a llegar al corazón mismo de los sentimientos y motivaciones sociales.
La tecnocracia es frialdad, la política es fuego. Por eso es que los tecnócratas nunca reciben la emoción de los pueblos, porque no les hablan a ellos, sino a los mercados.
Y viceversa, el político, sobre todo uno como López Obrador, difícilmente entiendo la frialdad de la tecnocracia, su manera impersonal y a veces deshumanizada de entender el ejercicio del poder.
Por eso es la permanente rivalidad entre AMLO y Salinas de Gortari porque ambos representan dos formas radicalmente diferentes de entender el ejercicio público.
Urzúa es un pequeño tecnócrata. No puede navegar en las grandes ligas de los especialistas en economía. Nunca será un Meade y mucho menos un Aspe. Es solo un jugador menor en las filas de los adeptos a las cifras.
Por esa razón no puede entender la visión y la encomienda transformadora que se propone López Obrador. De hecho queda claro que la mayoría del gabinete no entiende lo que representa esta cruzada de dimensiones históricas.
Urzúa se ha ido y es claro que en los próximos meses otros tecnócratas irán cayendo o abandonando el barco. Serán otras figuras menores como Germán Martínez que ya no tienen cabida ni en el PAN, ni en la naciente izquierda gobernante.
El tema de fondo es ese: la tecnocracia jamás entenderá la vocación política y mucho menos una como la de Andrés Manuel.
Las renuncias seguirán por la simple razón de que son los acomodos naturales, lógicos de un régimen de izquierda que apenas está tomando el timón, después de 36 años de gobiernos neoliberales.
El arranque atropellado; los raspones y empujones; las resistencias que están ahí en los organismos empresariales y en muchos medios de comunicación seguirán siendo la nota obligada.
Estamos ante la primera revolución pacífica en la historia de México. Muchos pequeños tecnócratas no entienden el calado de la encomienda y se irán bajando.
La izquierda mexicana y su presidente tienen que aprender rápidamente el oficio de sortear estas pequeñas crisis, mientras resuelven las grandes demandas sociales.
Lo hemos apuntado en el pasado; el régimen de López Obrador no se medirá por Santa Lucía, ni por Dos Bocas, sino por los resultados que ofrezca para pacificar al país y por detener la violencia salvaje que azota a la nación.
Todos lo demás son temas secundarios.
Como siempre quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com
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