En la esfera nacional los analistas aún debaten si el PRI tiene futuro, o si luego de la derrota de julio pasado está destinado a la extinción.
La realidad es que una fuerza política que aún tiene presencia en la mayoría de los municipios del país no tendría porque darse por liquidada. El gran problema del PRI son los dirigentes que pertenecen a la cúpula tecnócrata y neoliberal. La crisis tricolor comenzó con Salinas de Gortari y llegó al desastre con Peña Nieto.
Los tecnócratas (ya sean priistas o panistas) son terribles políticos; no entienden la esencia del trabajo de campo; son incapaces de asimilar el trabajo social; representan una nulidad cuando se trata de negociar, de consensar, de llegar a acuerdos.
Los tecnócratas compran y venden todo lo que pueden. Y lo que no pueden comprar lo destruyen. Son mercaderes de la política.
La realidad es que la tecnocracia neoliberal es una corriente ajena a la tradición política mexicana. Es contraria al legado de los siglos XIX y XX.
Es como un virus que entra en un cuerpo ajeno, lo enferma, lo flagela; pero el mismo organismo se encarga de rechazarlo, de eliminarlo y finalmente expulsarlo.
Luego de tres décadas de catástrofe neoliberal la sociedad mexicana castigó a dos discípulos de las tesis hardavarianas. Ricardo Anaya y José Antonio Meade son hijos ideológicos de la misma madre. El pueblo supo verlo y por ello fueron castigados en las urnas.
Por esta razón un PRI dirigido por tecnócratas estará irremediablemente destinado a la extinción. No importa que el señor Salinas disfrace su mano bajo la figura de su sobrina Claudia Ruiz Massieu. Para el tricolor duro la señora solo es un brazo, una extensión de los verdugos internos. Nunca será aceptada y su presidencia será vapuleada por guerras internas, en las que el priismo tradicional es maestro consumado.
Y cuando aparecen figuras como Ulises Ruiz o Rubén Moreira hablando de la refundación del PRI lo único que logran es refundirlo aún más.
En el terreno local, el PRI poblano llega al 2018 luego de años de una profunda crisis interna. En los años del morenovallismo el tricolor fue atropellado, menguado, vilipendiado hasta la ignominia. Y sus dirigentes poco o nada hicieron para impedirlo.
Así en condiciones lastimosas y degradadas el PRI poblano llega al 2018, en una etapa en la que todo el instituto nacional se enfrente a una disyuntiva real: sobrevivir o perecer. Ya estaban en una crisis, que ahora está dentro de otra aún mayor.
Sin embargo el dinosaurio todavía da coletazos. En horas recientes un grupo de priistas poblanos suscribieron una carta, llena de eufemismos e indirectas, en la que aluden a algunos de sus correligionarios y de manera ambigua los acusan de pactar con el morenovallismo.
La misiva tiene una trascendencia toral porque de la respuesta que les brinden Claudia Ruiz Massieu y María Esther Scherman Leaño sabremos si en realidad existe aunque sea una mínima voluntad de salvar lo que queda del priismo poblano.
Si la presidenta y la delegada nacional escuchan, atienden y actúan en consecuencia, el tricolor local tendrá la esperanza de sobrevivir, de pelear y aferrarse a la ilusión de llegar al año 2024.
De lo contrario estaremos ante el cadáver de una reliquia poblana; ante los últimos estertores de un moribundo.
Esperemos a las reacciones de la cúpula nacional del tricolor, que al fin y al cabo la esperanza muere al último.
Como siempre quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com, sin mx.
TAGS